viernes, 23 de noviembre de 2012

DE LA POESÍA A LA ECOLOGÍA HAY UN SOLO PASO (CASTAGNINO ET AL. 2012)



En mi labor de profesor muy pocas veces he encontrado un trabajo realmente motivador... algo que me haga sentir que mi labor en las aulas vale la pena. Este es uno de ellos, un trabajo de mis estudiantes que me gustaría compartir con ustedes.
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De la poesía a la ecología hay un paso
Adriana Castagino, Luis Coloma, Leo Cubas y Alondra Flores
Facultad de Artes escénicas y Literatura – Universidad Científica del Sur  (Lima-Perú)

Ser hombres, no destructores
Erza Pound

Hace unos días sentados en la banca de un parque, leyendo poesía, nos encontramos con este verso preciso y contundente. Entonces, surgieron muchas interrogantes e ideas para compartir y debatir, uno de nosotros dijo: No sabemos lo que nuestras abuelitas saben y tampoco sabemos más. ¿Tú sí? Nos paramos de la banca y comenzamos a deambular por el parque y nos preguntamos cuántas de las plantas a nuestro alrededor podíamos reconocer. Al suceder esto, nos dimos cuenta que ninguno podía nombrar por lo menos cinco y que, sin embargo, podíamos recordar diez establecimientos distintos de comida rápida en la ciudad de Lima. ¿Por qué nos sucedió esto? Porque hoy en día estamos tan sumergidos en el continuo bombardeo de información e internet, que tenemos todo tipo de respuestas a la mano y nuestra vida cae en una mera hambre cibernetica[1] que nos vuelve incapaces de apreciar lo natural que nos rodea. En cambio, nuestras abuelas vivieron en una época donde la información naturista no se conseguía tan fácilmente y tenían que adquirir estos conocimientos mediante propia experiencia, por eso cuando van de compras saben elegir con más facilidad las frutas y verduras que hay que consumir, saben sus efectos positivos y negativos sin la necesidad de recurrir a una página web. Al seguir conversando nos preguntábamos si esta ignorancia abarcaba toda nuestra generación o solamente a unos pocos. Comenzamos a llamar a diferentes amigos universitarios y nos dimos cuenta de que los que no estudiaban una carrera de ciencia ambiental sabían poco o nada acerca del tema. Uno de nosotros comentó que días atrás se había lesionado la pantorrilla y debía tomar un desinflamante, pero se encontraba con un terrible caso de gastritis y si tomaba esa pastilla iba a empeorar. Como sabemos, muchas veces la medicina convencional cura una parte de nuestro cuerpo, pero a veces desfavorece otra y en muchos casos trae complicaciones a largo plazo. Su abuela le dijo que no se preocupara, se fue al jardín y arrancó una planta. La lavó y la puso en agua recién hervida; ella le dijo que esta planta se llamaba yanten y que poniéndosela encima bajaría la inflamación. Con este tratamiento su pantorrilla mejoró y no maltrató su estomago. Este fue un gran ejemplo, de que la mayoría de personas de nuestra generación carece de un conocimiento general de las plantas que nos rodean.

Actualmente nos concentramos tanto en la tecnología al punto de ignorar lo que sucede a nuestro alrededor y eso también afecta al planeta. Nosotros creemos que usando bolsas biodegradables o comprando productos “verdes”, pronto salvaremos el medio ambiente y todo será ideal, cuando la verdad es que estos productos son solo  parcialmente “verdes”. Muchas veces  la palabra ecológico es usada por el marketing y nos dicen eso para buscar un beneficio de lucro, creando un espejismo de negación en el cual nos refugiamos cada vez que escuchamos la palabra “ecología”. Si la gente supiera que lo que conocen como reciclar, en realidad es rehusar, otra sería la mirada que tendríamos de los productos “ecológicos”. El verdadero significado de reciclar un producto, es hacer que este producto se desintegre volviendo las materias primas usadas en la fabricación a su estado natural, por ejemplo un lápiz debe volver a ser árbol, lo cual es casi imposible.

Nos alejamos del parque y decidimos entrar a un supermercado. Vemos campañas publicitarias que se encargan de propagar el reciclaje y pensamos que no son más que verdades a medias, las cuales nosotros aceptamos gustosos, ya que muchas veces somos conformistas y no preguntamos más sobre la información de ciertos productos. Esto nos lleva a preguntarnos por qué confiamos tanto en lo que las empresas nos dicen, si suelen engañarnos, y por qué no somos nosotros como ciudadanos los que investigamos al no saber con certeza cómo se elabora un producto. Existe falta de comunicación entre nosotros y los fabricantes, lo cual  se debe a nuestro escaso  interés y a lo poco conveniente que es para una empresa mostrar con total transparencia su método de trabajo. Salimos del supermercado y llegamos hasta el  malecón, y nos cuestionamos sobre el tema: ¿en serio le conviene a la empresa que sepamos? Pues a veces sí, porque creemos que una empresa transparente es más honesta y genera más confianza a la larga, pero a veces no le conviene, porque las necesidades para abaratar los costes de los productos pueden llegar a ser ilegales, tóxicos o de lesa humanidad.  Utilizan como escudo para justificarse al consumidor que prefiere objetos a un precio accesible y al cuál no le importa la elaboración. Esto depende mucho del comprador, su crianza, su visión de lo que es calidad y su rectitud moral, porque hay quienes prefieren un producto más caro pero hecho de manera apropiada, así como hay quienes desean ahorrar dinero a toda costa. Entonces, la transparencia no es solo un problema de la empresa, sino de nosotros como público consumidor por no exigir la calidad necesaria.
Para lograr una transparencia radical, necesitaríamos un gran cambio respecto a nuestra propia perspectiva de lo que son las adquisiciones. Consumimos muchísimos más recursos y productos de los que necesitamos, porque con los años hemos sido entrenados para sentir que lo que tenemos no es suficiente y que necesitamos muchos objetos nuevos cada año. Por eso, el consumismo global nos está afectando de tal manera que no importa cuánto intentemos hacer por el medio ambiente, si no cambiamos nosotros, no cambiará nada. Eso también afecta a nuestra conciencia social y de cuánto nos importan los seres que nos rodean, ya sean animales, el ecosistema y los humanos. Muchos de los productos que adquirimos anualmente corresponden a una procedencia en la cual se afecta recursos naturales o que se abusa excesivamente de ellos, asimismo se encuentra  casos donde se explotan obreros para beneficio de la empresa.

Al prender un canal de televisión, al ir al cine, al entrar a alguna red social, al caminar por la calle y al escuchar radio, podemos notar cuántas propagandas se ven y cuántas ofertas se presentan, así notamos como la sociedad a la que pertenecemos también nos provoca a consumir más de lo que debemos. Básicamente hemos sido víctimas de un lavado de cerebro que nos impulsa a despilfarrar en celulares nuevos cada seis meses, millones de prendas de vestir y zapatos. Somos la generación del usar y tirar, y eso repercute de manera fuerte en nuestro planeta.  A la tierra, a nuestros recursos, a los animales, nuestro habitad e inconscientemente a nosotros mismos, los estamos usando y tirando.
Decidimos quedarnos un rato más en el malecón, y jugar a quién tira la piedra más lejos. Mientras jugábamos pensábamos que en serio todo lo que habíamos conversado genera un gran peligro para nosotros y para nuestros descendientes. Quizá no lo percibimos, porque nuestra capacidad para distinguir los finos cambios en el planeta se ha atrofiado a lo largo de los siglos, pero está ahí, latente. Y la verdad es que al final no propiciaremos la extinción de la tierra, sino de nosotros mismos como especie. Los animales se adaptan, nosotros adaptamos el entorno a nosotros, volviéndonos el ser más vulnerable dentro de la cadena evolutiva. Por ello, necesitamos un cambio que nos ayude a reacomodar las condiciones de vida al ideal para todos, intentando no exigir en demasía a nuestros recursos naturales. Un cambio que sea inteligentemente ecológico, y que nos impulse a reactivar esa fibra instintiva por la cual nos conectamos con los organismos que nos rodean. Y ese cambio debe empezar por nosotros mismos.

¿Por nosotros mismos?, preguntó alguno de nosotros. Sí, por nosotros empieza. Nosotros somos quienes debemos exigirles a las empresas quienes tienen gran poder sobre muchísimas personas y sobre los recursos naturales. Debemos exigirles mayor información sobre lo que vamos a consumir o adquirir. Y si, también, la empresa decide mejorar y acercarse a las técnicas de fabricación amigables con el ambiente, puede generar un cambio sustancial en el mundo. Son cinco estadios por los cuales atraviesa una compañía para volverse ecológicamente sostenible. El primero es la negación del problema, cuando un sector del público le pide erradicar algunos problemas en su proceso de fabricación. En esta etapa suelen considerar los sistemas ecológicamente inteligentes como caros e innecesarios. Pasan a una segunda etapa, que es el acato involuntario, por obligación o para limpiar la imagen de la empresa. Seguido a ésta, está la etapa del acatamiento voluntario, en la cual la fábrica suele entender que las soluciones ecológicas, si bien pueden ser caras en un inicio, son mucho más económicas a mediano y largo plazo. La integración del cuidado del medio ambiente en la estrategia empresarial es el cuarto estadio, porque vistos los resultados óptimos en cuanto a calidad, la compañía busca implantar los estudios ambientales de manera prolongada dentro de su accionar. Y por último, tenemos las empresas creadas para ser ecológicas de por sí y cuya actividad gira en torno a ello. Como vemos, éstas últimas son las que promueven más el desarrollo de un comercio más viable en términos medioambientales y son, asimismo, quienes crean un espacio competitivo con las otras empresas para que todas mejoren a la par.
Terminamos de jugar, miramos el inmenso mar y por un momento nos quedamos callados. Hacemos algo que muchas veces por falta de tiempo y por ir tan apurados en nuestras vidas no hacemos: Apreciamos nuestro medioambiente, y no solo lo apreciamos sino pensamos cómo poder cuidarlo para que se conserve lo mejor posible. Esto nos hace volver al verso inicial, debemos cuidar el lugar donde vivimos. No solo comprar cosas “verdes” porque está de moda, sino comprar menos cosas, decir no al consumismo e indagar más sobre los productos que compramos para no dejarnos engañar solamente por el afiche. Debemos generar un cambio en nuestras vidas para que así repercuta en nuestro planeta. Exigirnos ser más interesados sobre lo que pasa en nuestro ecosistema, y también exigir a las empresas mejoras e información sobre sus productos. Tener un contacto más directo con la naturaleza y sobretodo compartir información con demás personas para que así más sepan cómo ayudar. Somos una nueva generación, y tenemos todas las herramientas para combatir los daños que se están generando a nuestro alrededor. Tenemos que formar una inteligencia ecológica y aplicarla a nuestras vidas para que no nos desalojen de esta inmensa casa llamada Plantea tierra. Nosotros comenzaremos hoy mismo, ¿y tú?.


[1] Entendemos por el hambre cibernética a la necesidad de utilizar internet como respuesta instantánea a todas nuestras interrogantes.

Citar como:
Castagnino A, Coloma L, Cubas L, Flores A. De la Poesía a la Ecología hay un solo paso [Internet]. HÉCTOR APONTE UBILLÚS. 2012 [fecha de consulta]. Recuperado a partir de: http://hectoraponte.blogspot.com/2012/11/de-la-poesia-la-ecologia-hay-un-solo.html
 

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